jueves, 7 de marzo de 2013

Hugo Chávez: balance


Artículo escrito por Jorge San Miguel con la colaboración de Jorge Galindo.

La actualidad nos impone aventurar un balance sobre Chávez y el chavismo que esperamos sea apresurado pero no imprudente. Hugo Chávez Frías ha sido una figura controvertida hasta el final, y lo seguirá siendo tanto si el chavismo se difumina como si pervive. Incluso contando esta última posibilidad, la desnaturalización de un régimen tan personalista es probable una vez desaparecido su fundador, líder y prácticamente único foco. Y esta es una de las claves del chavismo a nuestro juicio: su carácter providencial, irrepetible, no replicable y profundamente divisivo.
Un breve balance
Un repaso objetivo al largo período de gobierno de Chávez vez debe dar cuenta de la reducción de la pobreza y la desigualdad operada en estos años. A continuación ofrecemos una tabla-resumen del periodo, remarcando 2002 como punto de inflexión en la serie (más datos pueden ser observados aquí o aquí):
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Hay que poner esta reducción de la desigualdad en un contexto de alza de las materias primas entre 2002 y 2008, que permite relativizar el impacto real de las políticas chavistas, especialmente si se comparan con los de opciones socialdemócratas en el mismo período como Brasil y Chile. De hecho, es más que probable que la apuesta de Chávez haya contribuido a aumentar la dependencia de Venezuela del petróleo y a reducir la gama de opciones de desarrollo. Las reservas de petróleo de Venezuela son enormes, pero el crudo no es de calidad óptima y la industria se resiente de la mala gestión y la falta de inversión. Por último, el coste de desarrollarse a base de petróleo en términos de inflación es patente para Venezuela. Estos últimos meses la escasez de alimentos ha llegado a ser preocupante.
Otros datos sobre la situación social de Venezuela resultan elocuentes y dramáticos en otro sentido. En 2012 se superaron los 13.000 homicidios en el país, lo que supone una tasa de 45,1 por 100.000 habitantes. Unas cifras netamente superiores a las de naciones como Colombia y México y que la sitúan entre las más violentas del continente. Muchos señalan la responsabilidad directa del gobierno bolivariano en armar, apoyar o tolerar a diversos grupos armados, y en dificultar por negligencia o de propio intento la acción de las fuerzas del orden.
En relación con lo anterior, un resultado claro de los años de Chávez ha sido incidir en el deterioro institucional de Venezuela. La revolución chavista se ha hecho a costa de una política frentista que -sin duda ayudada en muchos momentos por la incompetencia o mezquindad de gran parte de la oposición- ha generado un espacio público con, por ahora, pocos espacios para los consensos y las alianzas. El órdago chavista se ha expresado con unnotable desprecio de las formalidades democráticas; por más que un amplio porcentaje de venezolanos -los más beneficiados por la redistribución gubernamental, los más concernidos por su mensaje de redención y dignidad- haya refrendado la popularidad del Comandante y sus retóricas de combate en sucesivas elecciones.
Explicando el deterioro institucional
Para explicar cómo la suma de petróleo y desigualdad puede haber condicionado la democracia venezolana en la última década y media, recuperamos (tal cual) una idea que Cives desarrolló antes de las elecciones en nuestros foros internos. El argumento toma elementos prestados de esta “teoría del populismo” de Acemoglu. Y parte de la premisa de que cuando un gobierno tiene una cantidad casi ilimitada de recursos derivados del petróleo sin tener que recaudar impuestos, es capaz de tejer una red de influencia y de hacer gastos que, aparte de estar mal orientados, crean una red de dependencia del Estado y del poder político de forma que la alternancia es de facto muy dificil y la rendición de cuentas muy pobre.
Es fácil entender que esto es un fallo de la democracia comparándolo con un esquema alternativo en el que existe una ganancia de eficiencia. La forma más trivial de ver esto es pensando que cuando se tienen recursos ilimitados, los votantes sufren una “ilusión fiscal” al no saber si todos esos servicios públicos que les son provistos vienen de la buena gestión o de que el petróleo ha subido por las nubes.
Pero hay una forma un poco más sutil de verlo sin recurrir a la idea (verosímil) de que los votantes están poco informados. Digamos que tenemos un líder que tiene en su gestión dos tipos de tareas que los votantes evalúan: una la repartición de los recursos derivados del petróleo, otra todo lo demás. Llamémoslas “gestión” y “redistribución”: todos los votantes quieren que se gestione el Estado eficazmente, pero también esperan ser parte de la redistribución. La parte crucial es que la evaluación tiene dos dimensiones y no una.
Para ser reelegidos, los gobernantes tienen que construir una coalición ganadora de, al menos, la mayoría más uno. En esta situación, un gobernante puede prometer a una mayoría de la población un programa redistributivo sin tener en cuenta al resto y, en un sistema democrático, esto podría permitirle ganar elecciones. Llamemos a esto “compra de votos”. Si los votantes priorizan la redistribución solo evaluarán al gobierno en esta dimensión y la “gestión” no podrá ser evaluada. Entre dos gobiernos, uno que gestione bien y no redistribuya a una mayoría y uno que redistribuya a la mayoría y gestione mal, la mayoría preferirá al segundo.
¿Qué es lo que impide que en la mayoría de economías de mercado, sin recursos naturales, los gobernantes recurran a este tipo de técnicas? Generalmente, conseguir recursos es costoso. Los impuestos tienen efectos de incentivos que son un freno a la redistribución. Si suponemos que la gente es más contraria a descender su nivel de vida que a no aumentarlo, entonces es fácil ver que un gobierno que desee redistribuir tendrá que aumentar también el tamaño del pastel gestionando mejor. Típicamente, en un sistema más o menos igualitario, los ciudadanos interiorizan el efecto de las decisiones del gobierno porque la gente que paga impuestos es más o menos la misma que se beneficia de ellos.
Pero si los recursos vienen de otra fuente que no son los impuestos, como ha sucedido en Venezuela, las cosas cambian sustancialmente. Un gobernante puede comprar a una mayoría con esos recursos y, mientras una mayoría ganadora se beneficie de ellos, seguirá manteniéndose en el poder. ¿Por qué esa mayoría no castiga al gobernante? Un grupo de votantes que se beneficie de la redistribución pero desee que se gestione podría, en principio, votar contra el gobernante. Sin embargo, esta amenaza no es creíble porque al cambiar su voto, darán la victoria a la oposición. Nadie quiere salirse de la coalición (del chavismo) para formar parte de una nueva porque no tiene claro si en la nueva saldrá ganando o no, y la nueva coalición tiene muy dificil comprometerse de forma creíble a mantener para este grupo el mismo bienestar.
El futuro del movimiento y la estrategia de la oposición
La estabilidad y prosperidad de la Venezuela futura seguramente dependan de la capacidad de la oposición y de los herederos del chavismo de hallar un lenguaje común y comprometerse de manera creíble, pero fuera del esquema populista -quizás, y sólo quizás, Capriles es capaz de desarrollar una estrategia en este sentido-, y un terreno donde llegar a acuerdos más allá de las encendidas retóricas sembradas durante los mandatos de Chávez, construyendo una coalición alternativa.
¿Qué futuro puede esperarle a Venezuela y al chavismo? A corto plazo, el equilibrio parece claro. Todos los actores deben haber descontado ya la muerte del Presidente desde hace tiempo, y actuado en consecuencia. Esto debería asegurar una relativa estabilidad. Más aún lo debería hacer el hecho de que el Gobierno sabe que, si convoca unas elecciones, lo más probable es que las gane. Para la oposición, por su parte, es una estrategia ganadora el wait and see: esperar a que el movimiento evolucione sin su líder para tener más posibilidades de una victoria sólida.
A largo plazo, una posibilidad para los herederos de Chávez, si consiguen sobrevivir a las esperables luchas intestinas y a la ausencia de la figura que ha focalizado todo el movimiento desde hace más de una década, es convertirse un movimiento proteico, institucionalizado y progresivamente vacío de contenido ideológico real; una maquinaria política adaptable y oportunista en la línea de otros populismos históricos de la región como el peronismo. Pero sólo el tiempo dirá si los venezolanos rescatan el legado de Hugo Chávez insertándolo en un nuevo escenario político más inclusivo, o bien el peso del líder bolivariano fallecido es demasiado grande para sus compatriotas y sus mismos camaradas revolucionarios.

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